Carlos Costa, un referente nacional e internacional de la geología


Carlos Costa, un referente nacional e internacional de la geología

El Dr. Carlos Costa es un destacado docente e investigador del Departamento de Geología de la Facultad de Ciencias Físico Matemáticas y Naturales (FCFMyN). Fuera del ámbito universitario, el profesional ha ejercido como geólogo también en Venezuela, Costa Rica, Puerto Rico, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Chile, Jordania, Brasil, Bolivia, Perú y Ecuador. En diálogo con Noticias UNSL, como Profesor Emérito, nos comparte sus reflexiones sobre su trayectoria en la UNSL, en vistas al próximo aniversario de la Institución.

¿Cómo fueron sus inicios en su vocación y cómo comenzó su historia con la Universidad Nacional de San Luis?

Mi vocación por la geología es bastante precoz, cuando terminé la escuela primaria tenía bien en claro que me gustaba estudiar geología, a nivel vocacional nunca tuve dudas. Yo soy de Bahía Blanca, empecé a estudiar allí y creo que el contacto con la geología surgió en la zona de la Sierra de la Ventana, donde pasábamos vacaciones con mis padres. Hubo dos (2) cosas que tuvieron que ver: que las montañas allí tienen una serie de pliegues que siempre me llamaron la atención y, que una hermana mía había empezado a estudiar geología y había quedado un libro de geología general que explicaba y se refería a lo que yo veía en el campo. Primero empecé mirando las fotos, luego los epígrafes y por ahí terminaba leyendo, creo que eso fue un poco mi entrada en la geología.

Empecé estudiando en la Universidad del Sur, pero la institución sufrió un importante éxodo de docentes durante el golpe militar, precisamente los mejores profesores. Yo había ingresado en 1975 y las cátedras estaban casi todas desmanteladas y además tuvo que ver el difícil ambiente que se vivía en la universidad en esos años; tampoco teníamos viajes de campo, esenciales en geología. Entonces, con un grupo de compañeros comenzamos a plantearnos la idea de emigrar y fortuitamente terminé en San Luis, porque la idea inicial era irme a San Juan. Cuando pasamos con un compañero a averiguar el plan en San Juan, mi hermano que vivía en San Luis me dijo que había geología acá. Cuando fui a San Juan tenía un avance en la carrera y un régimen de dictado anual que me complicaba mucho, por lo que iba a perder un año y me volví un poco desilusionado. Al pasar por San Luis, mi hermano me volvió a recordar que acá estaba la carrera y fui a averiguar. En ese momento geología eran tres (3) o cuatro (4) oficinas desparramadas en Chacabuco y Pedernera, muy distinto a lo que era la Universidad del Sur. Allí conocí al Dr. Criado Roque, un geólogo con una gran trayectoria, que estaba retirado y dando clases de forma vocacional en la UNSL. Él me recibió, estaba sentado tomando mate, algo totalmente distinto a la relación que tenía en la UNS con los docentes. Creo que eso fue un poco lo que me decidió.

En ese momento todo era muy informal, me ofrecieron colaborar en la preparación de prácticos, porque estaban las cátedras bastante desmontadas. Comencé con una designación formal en el año 1980, antes de recibirme. Ese año cambió el plan y se agregó la tesis de licenciatura. Yo fui el primero en recibirse con tesis de licenciatura. En ese momento me quedó claro que San Luis era una gran base de operaciones para mí, algo que para la gente era bastante normal, como el hecho de que salíamos a dedo a El Volcán, el Suyuque, El Trapiche, en rutas de ripio. Estar en contacto con la geología, hacer salidas, excursiones fue algo muy motivador para mí. Cuando me recibí me propusieron presentarme a una beca para el CONICET. Paralelamente, me anoté en una especialización en Fotogeología en Sensores Remotos en un centro Interamericano en Colombia. La solicitud de CONICET siguió su rumbo, pero me fui a Colombia. Al terminar mi beca me propusieron trabajar allí, pero contratar a un extranjero tenía toda su burocracia, tenía la idea de aceptar, pero no tenía el contrato. Me volví a San Luis y me llamó el decano, el Prof. Acevedo, quien me felicitó porque había logrado la primera beca de CONICET en San Luis. En ese entonces, hablé entonces con el Prof. Criado Roque y me dijo que no lo dude, que me vaya a Colombia. Finalmente renuncié a la beca y unos meses después salió mi contrato, por eso estuve en Colombia hasta 1985.

Más allá de todas estas cuestiones, siempre tuve la idea de volver a San Luis para desarrollar todo lo que iba aprendiendo allá y que en Argentina no existía. Siempre tuve la idea de que podía haber ese potencial y fue el hilo conductor que me siguió ligando a San Luis.

¿Cómo fue su vínculo con sus estudiantes?, ¿qué rescata de la tarea docente y del cambio con respecto a las nuevas posibilidades tecnológicas?

Cuando fui a Colombia tuve un clic muy importante. Mis profesores eran personas que trabajaban en empresas privadas y tenían una supervisión super exigente de la eficiencia. En la Universidad salimos con la idea de que las cosas tienen que estar bien hechas, pero allí la premisa era que tenía que estar bien hecho y lo más rápido posible. Eso fue algo que me marcó como estudiante de posgrado en ese momento, en geología vas, caminás, sacás foto y anotás en la libreta; íbamos en zonas selváticas en donde la logística de cómo se organizaba el trabajo de campo era muy importante, como así también hacer una buena observación geológica, planificar y analizar por dónde ir, marcar la jerarquía de las observaciones. Eso me abrió la cabeza, por eso, cuando volví a San Luis traté de trasplantar todo lo aprendido, creo que con bastante rigor en el sentido de tratar de poner varas más altas.

Con el tiempo te das cuenta que hay cosas que hay que adaptar, que no perdés rigor académico si lo encarás de otra manera, creo que eso es la experiencia de la docencia, algo creativo y dúctil donde tenés que ver el material de trabajo que tenés, a tus alumnos, sus expectativas, generar una motivación, si la persona no tiene motivación o si no llegás a que la persona logre esa motivación hacia el conocimiento, el proceso no funciona muy bien. Hago también un «mea culpa», uno se va amoldando al conocimiento que imparte, creando una zona de confort y a veces te olvidás de la otra mitad. Me ha ayudado mucho en este proceso, que es un desafío permanente, pensar en qué voy a innovar, qué preguntas me hicieron, en las preguntas que el docente se tiene que hacer permanenentemente, cuando dejás de hacerlas, significa que preferiste tu zona de confort antes de mejorar la tarea docente. Me ha ayudado bastante que por mi disciplina estuve saliendo, dando clases en otras universidades, en cursos, congresos, entonces veo que otras personas explican de otra forma, o preguntan otras cosas.

Uno no se va a inventar una nueva definición, pero en la forma en que vos se lo transmitís a los chicos, o en las motivaciones que ellos traen, es donde tenés que ir timoneando. Esa para mí es la enseñanza principal de la docencia: nunca hay que dejar que se duerma el reflejo de pensar cómo lo voy a hacer, ya que sino, se pierde la innovación en docencia.

Respecto a la gente que he tenido, 35 años es mucho tiempo, me parece que hay cosas que cambian a nivel generacional, de motivación, de expectativas. Más allá de que hay quejas generalizadas de que los chicos vienen cada vez peores, con menos motivación, creo que eso también es una posición cómoda, de que como los chicos son así, yo también soy así, pero es lo contrario, creo que eso debe duplicar el desafío de la docencia.

Cuando empecé, el docente era la máxima autoridad del aula, la persona que sabía más; pero hoy en día, con el aumento de las TICs a veces pasa que los chicos manejan más algunas metodologías que los docentes, lo que genera una subversión de principios fundamentales en los que para vos mantener tu autoridad como docente, tenés que prever otras cosas y admitir que este chico sabe o resuelve más rápido sobre un programa, o que alguien conoce sobre una App que resuelve cosas y vos no lo sabías. Creo que uno tiene que incorporarlo, generar en los docentes reflejos que antes eran más automáticos. ¿Por qué me parece bueno eso? porque en tus alumnos siempre tenés que incentivar la duda, ya que si yo un día me levanto con los cables cruzados y digo algo que contradice una cosa que dije antes, tienen que analizar las cosas de manera crítica. Si la única intervención que tenés de tus estudiantes es un «¿puede repetir?», es un problema. Hay que buscar que los chicos cuestionen, que pregunten, para que el docente salga de su zona de confort.

Una de las lecciones que tuve en uno de mis viajes es que hay que prestarle atención al chico que piensa diferente, que son las personas que tienen más chances de romper el molde del conocimiento científico. Lo que estás haciendo es incentivar la duda y generando la motivación fundamental para trabajar.

Con su experiencia en otras universidades, ¿qué destaca de la educación argentina?

Mi reflexión es que la educación pública es la construcción colectiva que hemos logrado como sociedad, aún sin saber cómo. A la educación pública la pagamos con impuestos, la paga la persona que apenas tiene para comprar un paquete de arroz, con el IVA. Es de las mejores cosas que hemos logrado como sociedad. Me parece que es algo que deberíamos acunar y cuidar, porque si mirás los logros de la Argentina como sociedad, creo que cuando ponés a la educación pública en perspectiva y te comparás con personas de otros países, hay una diferencia y en muchos casos nos elogiaban esa diferencia. Eso nos debería hacer sentir orgullosos y al mismo tiempo, darnos más responsabilidad.

¿Qué significó su designación como docente emérito de la UNSL?

Para mí es obviamente un halago. La Universidad fue una catapulta para que pueda desarrollar mi carrera, si bien era consciente que las posibilidades de financiamiento de las cosas que requería no estaban acá, la Universidad nunca me puso palos en las ruedas para que yo pudiera viajar y capacitarme. He incorporado mucho en el aula las cosas que aprendí en otros países, sobre todo lo que aprendí enseñando en otros lados, siempre tuve en claro que el destinatario final de las cosas que hice, era la Universidad.

¿Qué reflexión puede darnos con respecto a los 50 años de la UNSL?

Creo que estos 50 años indican que hay un ciclo generacional e institucional que se ha cumplido. Van a ser los 50 años de la carrera y están apareciendo los primeros jubilados, hay algo que se cierra ahí. Debería servir para reflexionar sobre dónde estamos y hacia dónde vamos. Creo que el Departamento va a afrontar muchos desafíos, el recambio generacional creo que es uno de ellos. Se requiere un músculo institucional muy importante para gestionar este recambio, al mismo tiempo, se requiere de mucha creatividad para que la Universidad comience a tener un reflejo cada vez más veloz para adaptar los contenidos.

Tenemos que aprender a sacudirnos de la concepción de enseñanza universitaria que conocimos y que ya no forma parte de la universidad que se viene. El desafío y la responsabilidad de la gente que tiene que empezar este nuevo ciclo tiene que ir más por ahí, porque podemos dejar experiencia, pero además se necesita conocer hacia dónde va la dirección y creo que es fundamental trabajar en eso.

Uno de los grandes desafíos para la gente joven es empezar a gestionar financiamientos para investigaciones que ya no pueden hacerse. Un subsidio anual hoy sirve para llenar tres (3) veces un tanque de una camioneta, antes con eso subvencionábamos tesis doctorales, de licenciatura y viajábamos, hoy eso no está. Hay que ver cómo hacer para resolver y encarar este tipo de cosas. Todo desafío trae nuevas oportunidades.

Cuando yo empecé la docencia, el máximo cambio que había tenido el profesor que estaba a cargo de las materias y que se estaba jubilando era pasar de la máquina mecánica a la «bochita». Algunos de nosotros arrancamos con eso y tuvimos que pasar por la filmina, transparencia, powerpoint, al zoom, entonces el abismo de los cambios que tuvimos los de mi generación con la anterior es muy grande. Ahora no sé cuál será la distancia, eso me desespera. Noto que las instituciones tienen una inercia en su adaptación a los cambios que cada vez se requiere que sea menor.

Tenemos que estar atentos para pensar no la universidad que viene, sino la que ya está acá. Los tiempos son cada vez más cortos, se tiene que preparar conceptualmente para eso, para que las estructuras puedan dar respuesta más rápida y exitosa a las cosas.

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